martes, 20 de julio de 2010

NOVIAZGOS VIOLENTOS

EL CADAVER DE LA NOVIA

La muerte de una joven estudiante de periodismo de 19 años y las sospechas fundadas de que el culpable sería su ex novio –a quien la víctima ya había denunciado por lesiones– puso en evidencia, otra vez, por qué la violencia de género es una pandemia que no se detiene frente a nuevas generaciones que parecen tener roles de género más flexibles pero están tan atravesadas por el patriarcado como las mayores. Al contrario, la violencia machista dentro de relaciones de noviazgo parece invisible por la falta de políticas y campañas públicas, por el vacío legal y la dificultad en el abordaje.

Por Flor Monfort

Marianela Rago murió asfixiada, golpeada y prácticamente decapitada por el corte que sufrió en la garganta con una cuchilla de su propia cocina. Tenía rastros de haberse defendido, los brazos cortados, la ropa rota y en la casa faltaban algunas pocas cosas.

Vivía en un departamento de dos ambientes con su hermano Matías. Oriundos de Tierra del Fuego, hacían vida de jóvenes estudiantes en la Capital: salían, conocían gente, tenían grupos de estudio y todas las semanas se reunían con su grupo de Río Grande, la ciudad donde crecieron.

Durante el último año de secundaria, Marianela estuvo de novia con Francisco Amador. El era su preceptor en el colegio Cierg. Pero cuando terminó la escuela ella y su hermano vinieron a Buenos Aires como muchos de sus amigos. Francisco también: trabajaba en una empresa de sistemas en San Isidro. Según amigos de Marianela, él vino sólo para controlarla a ella, quien lo denunció en los primeros meses de noviazgo por lesiones. Esa causa fue archivada y nadie, excepto una de sus mejores amigas, dijo conocer este dato.

Cuando Marianela apareció muerta, la relación había terminado casi 10 meses atrás. De hecho, sus compañeros en la escuela de periodismo ETER ni siquiera sabían de esta relación. Sólo dos de sus más antiguas amigas estaban al tanto de que él la había amenazado, la perseguía y hostigaba y la había golpeado. Las marcas de esos golpes se hicieron visibles el año pasado. Maquilló la causa de esas heridas con un argumento común: se había caído en el baño. El guión de la violencia de género se cumplía letra a letra. El ex novio, como tantos hombres violentos, desplegó toda su artillería en privado, generando un uno a una difícil de descifrar por el entorno y convenciendo al resto de que es un ser sociable y, muchas veces, encantador.

Si la violencia puertas adentro es difícil de detectar, un noviazgo violento tiene todos los ingredientes para volverse invisible: la falta de experiencia, la vergüenza de contar, la ausencia total de una red familiar, en este caso agudizada por la distancia pero casi siempre porque la sociabilidad de la juventud impone una lejanía, y el estereotipo que maneja en su cabeza una chica que apenas está saliendo de la adolescencia. “Un noviazgo violento es aquel en donde el hombre ejerce el control, vigila a la mujer, la amenaza y a la vez la convence de que él la va a cuidar como nadie y la va a amar para siempre. Y nadie tiene los ojos puestos en esas relaciones, porque los chicos están en esa etapa donde los ámbitos son sólo suyos. Vivimos en una cultura de apropiación machista basada en el miedo, la amenaza, la justificación y la culpa. Y el baluarte es el amor romántico, un verdadero cáncer que ataca a las chicas desde la primera infancia y atraviesa cualquier clase social”, opina Raquel Disenfeld, coordinadora de la organización Mujeres Libres y ex coordinadora de los talleres de noviazgos violentos de Mujeres al Oeste.

Cuando el femicidio de Marianela saltó a los medios de comunicación y todas las dudas recayeron en su ex novio Francisco, enseguida se supo que la familia de él era conocida en Tierra del Fuego por un caso que condenó a Amador padre en 1989. El hombre había matado a golpes a su otro hijo, a los 20 días de nacer. En el juicio alegó que el chico tenía una enfermedad llamada púrpura y que de ahí provenían sus fracturas y hemorragias internas. También trascendió que años antes, en un camping, Sergio Amador ató a Francisco durante todo el día a un árbol porque era muy inquieto. Por alguna razón, el hombre no soportaba la alteridad de sus chicos: seres independientes que actúan según sus propios deseos y pulsiones, no dejaban de jorobar cuando él quería. Su pena no terminó, aunque goza de salidas transitorias por buena conducta.

Si bien en la indagatoria se declaró inocente, Amador, de 23 años, no pudo explicar por qué tenía en su casa las cosas que faltaban en la de Marianela, ropa llena de sangre y una cuchilla similar a la que fue usada en el crimen. Hoy, el joven está preso en Marcos Paz.

A horas de conocerse los resultados de los análisis de ADN que determinarán si efectivamente la sangre hallada en la ropa de Francisco era de Marianela, la transmisión intergeneracional de la violencia es otra punta del ovillo para considerar la prevención de estos casos. “La transmisión intergeneracional está demostrada. Los niños y niñas que están sometidxs a la violencia entre sus padres o hacia ellxs tienen más probabilidades de repetirla. Trabajo con hombres violentos hace más de 20 años, y tengo una investigación que demuestra que entre el 50 y el 60 por ciento de quienes habían sido maltratados, replican ese modelo en sus parejas. Lo curioso es que el hombre que concurre a una institución porque quiere modificar su actitud violenta, a la pregunta sobre si fue maltratado en su infancia responde que no o justifica a sus padres. La mayoría los tiene idealizados, porque no los pueden desligar de ellos mismos”, explica Mario Payarola, psicólogo especialista en violencia familiar. De manera que la amalgama que se produce con el modelo de padre o madre se replica sobre quien cuenta con su misma intensidad e incondicionalidad aparente: la pareja. Y cuando un chico que transita sus primeras relaciones amorosas lo hace con condimentos conocidos en la familia, nadie se inquieta.

La transmisión intergeneracional no se da únicamente en el caso del hombre. Patricia Bravo, psicóloga que coordina uno de los programas de noviazgos violentos dependiente del Ministerio de Desarrollo Social advierte que “en la mayoría de los casos, una adolescente que sostiene a un novio violento tiene una madre que sostuvo a otro varón, probablemente a su padre. Es decir que se reproduce un modelo. Las madres que vienen a consultar al programa preocupadas por sus hijas no son conscientes de sus propios vínculos de pareja y han naturalizado situaciones propias que les hacen ruido cuando las ven afuera”. Muchas veces, son las madres y no las propias adolescentes las que hacen la consulta, lo que puede dejar en el aire la iniciativa de trabajar el vínculo. En el caso de Amador, su madre está bajo tratamiento psiquiátrico desde hace años, dejó su trabajo como docente y difícilmente haya podido borrar las heridas del propio maltrato sufrido como para trabajar sobre el bienestar de su hijo.

“Nuestra cultura es machista, dice que el hombre es libre y fuerte, que tiene que ser exitoso y poseer. La mujer cae en esa volteada y pasa a pertenecerle, a ser parte de su cúmulo de objetos. Y el terrorismo sexual es un delito que la gente considera de índole privada, por eso cuando a Lucila Yaconis la estaban violando, el asesino le dijo a alguien que pidió explicaciones por los gritos ‘es mi novia’ y nadie hizo nada”, agrega Disenfeld. Esa lógica de poder que parece jerarquizar a los varones y dejar en falso a las mujeres es una trampa del sistema. Porque no brinda un espacio al fracaso, a los malos entendidos, a las experiencias frustradas, a caerse y volver a empezar, a tolerar el dolor de una pérdida y recuperarse: cuando un hombre no tiene un espacio simbólico donde ser débil, la omnipotencia puede terminar en muerte. Por eso, ante la frustración del no poder se pega, se rompe, se arruina. Son subtextos de conductas que es necesario analizar aunque no impliquen ninguna justificación de la violencia.

Fabián Tablado, el protagonista de uno de los casos más conocidos de noviazgos violentos, que terminó con la muerte de Carolina Aló por 113 puñaladas, no podía soportar, entre otras cosas, que ella no quisiera darle un hijo. En las cartas sumariadas en la causa consta que Tablado le pedía “un fruto” concreto y real del amor que se tenían, y juraba que eso iba a terminar con sus celos y necesidad de control: “Si me das un hijo voy a confiar en vos”. Ante la negativa de ella, frente a la imposibilidad de tramitar ese rechazo, Tablado la apuñaló hasta matarla. En este sentido, el caso Aló-Tablado es paradigmático: el tipo que se queda en la puerta de las reuniones a las que va su novia, las marcas en el cuerpo, las cartas con promesas hasta la tumba y los llamados permanentes. Y familias a la que les cuesta visibilizar la amenaza que representa una relación con estas características en el comienzo de la adolescencia. El padre de Aló siempre dijo a los medios que le inquietaba la manera en que Tablado trataba a su hija, pero que jamás pensó que iba a terminar así. De manera que las grietas están aun cuando el peligro se advierte y es ahí donde las políticas públicas tienen que intervenir con luces de alarma. Tal vez si Edgardo Aló hubiera sabido a dónde acudir, si hubiera tenido esa información tan al alcance de la mano como se tiene el número de los bomberos en la heladera, la intervención institucional habría frenado el avance del agresor.

El próximo 13 de julio, el observatorio de femicidios Adriana Marisel Zambrano presentará el informe estadístico del primer semestre en la legislatura de la Ciudad de Buenos Aires. Si bien no se podrán conocer las cifras hasta ese día, Ada Beatriz Rico, directora general del observatorio, adelanta que, respecto del mismo semestre del año pasado, la cantidad de femicidios aumentó un 30 por ciento. “Hay más difusión de los alcances de la violencia de género, pero también es cierto que hay más casos de violencia. En la medida en que las mujeres empiezan a tomar conciencia de este tema, el recrudecimiento hacia ellas es mayor con el objetivo de disciplinarlas. La realidad es que a partir de los medios de comunicación se exacerba la cosificación. Si desde algo tan simple y accesible a todos y todas como el programa de Tinelli la mujer es puesta en el lugar de objeto, se puede inferir que la habilitación de la violencia está y entra por todos lados”, resume Rico.

Una mujer que dice no a una relación que empieza a tornarse agresiva, con celos exacerbados y necesidad de control permanente, está expuesta muchas veces de igual manera que la que se queda soportando estoicamente. “No hay que subestimar las amenazas. Si la mujer no tiene respaldo, si no cuenta con una red de protección, puede quedar entrampada. Hay síntomas de vulnerabilidad pero en definitiva, cualquier mujer puede ser víctima de ellos”, describe Payarona. En el caso de Marianela, muy pocos conocían la trama de la relación. Una compañera suya del Instituto ETER, donde ambas estudiaban periodismo, contó que alguna vez apareció con la frente golpeada pero dijo que se había caído en el baño. “Si yo hubiera sabido que este chico le pegaba, la hubiera ayudado, me hubiera interiorizado de otra manera”, dijo a Las12.

Por más de una razón, los noviazgos son zonas de conflicto aún más brumosas que las parejas unidas legalmente. Si a Amador lo sentencian, no podrá aplicarse el agravante vincular, por eso desde varios colectivos feministas se está trabajando por la figura legal de femicidio, para que desde el marco jurídico haya una figura penal autónoma que marque la reprobación de una conducta, más allá de los papeles. En Guatemala está incorporada y en México se está debatiendo, los dos países de América latina que tienen índices más altos de femicidios.

Por nombrar un caso concreto, Adriana Marisel Zambrano fue asesinada a golpes delante de su beba por su cónyuge y padre de su hija; sin embargo, a la hora de condenar al agresor, como la pareja no estaba casada legalmente, se le aplicó la figura de homicidio preterintencional y se le dieron 5 años de cárcel. La figura preterintencional implica que no hubo deseos de matar y habilitó al agresor a pelear por la tenencia de su hija para cuando salga de la cárcel. Muy lejos de hacer futurología, queda bastante claro que hay una tragedia anunciada en esa probable convivencia futura. Al menos, una desprotección total de las dos víctimas del caso: la mujer-madre y la niña-hija.

A pesar de este panorama, hay programas de noviazgos violentos en marcha. Algunos impulsados por la Dirección de la Mujer, que funcionan en tres centros de la Capital Federal, otro dependiente del Municipio de Morón y en algunas provincias como Tucumán. Se propone un día semanal de encuentro y un marco de contención individual si es necesario. La idea es abrir un espacio donde las chicas hablen de sus relaciones, las comparen con otros casos y sepan los finales posibles, asuman un nuevo rol en sus parejas y puedan salir de situaciones asfixiantes. Pero aparecen varias dificultades. En primer lugar, si se trata de una imposición familiar fracasa, porque las chicas abandonan a las semanas de empezar y muchas veces intensifican el vínculo como respuesta al castigo que implica verse obligadas a asistir a un grupo. Según datos aportados por Guadalupe Tagliaferri, directora general de Mujer del Gobierno de la Ciudad, el 47 por ciento de las que se acercan a consultar son las madres. Si bien es mejor que alguien intervenga a que nadie lo haga, muchas veces es contraproducente la iniciativa. “Si la relación cuenta con el ingrediente de la prohibición, se genera un Romeo y Julieta muy complicado de desarmar. Por eso es importante que los padres aflojen con el tema de la prohibición, porque es probable que eso los una, que se escapen juntos o que terminen haciendo un acting de una situación que no hubiera llegado a ocurrir”, explica Bravo.

Para Laura Larrañaga, directora del área de Políticas de Género de la Municipalidad de Morón, que posee un centro de atención llamado Vivir sin Violencia, donde se hacen talleres de noviazgos violentos, “Trabajamos desde 2005 y poco a poco nos empezaron a llegar casos de chicas muy jóvenes. Al principio las incluimos en los grupos de adultas, pero no daba resultado porque ellas asumían un rol maternal con las más chicas y nadie salía beneficiada. Hoy trabajamos en grupos separados cada temática y nos especializamos en el tema: es muy difícil trabajar con adolescentes, muchas veces sus relaciones son un ida y vuelta de control exacerbado y agresión mutua. Solo que después son ellas las que quedan entrampadas en esa violencia, que empieza chiquita y después sabemos dónde termina. Las chicas piensan que el control es amor y les cuesta visualizarse como mujeres libres. Ese es el paradigma que nosotros tratamos de tirar abajo, porque ahí nace todo. No nos interesa la revinculación: trabajamos para que las mujeres se separen”, explica y aclara que casos como el de Marianela se pueden prevenir, pero son muchos los ojos que tienen que posarse sobre los y las jóvenes para atender a estas cuestiones, no sólo la familia, también la escuela, los amigos, un médico/a o psicopedagogo/a. Y más arriba, las comisarías, fiscalías y juzgados.

Otro punto que vulnera la efectividad de los programas de noviazgos violentos es que hay que ir a buscarlos: salvo algunas excepciones, no están en la escuela, no se promocionan en la calle ni se mencionan en la tele. Los y las especialistas que trabajaron en escuelas coinciden en que ése es el punto neurálgico donde empezar a derribar mitos y a echar luz sobre los modos de relacionarse, el respeto a la autonomía y las cuestiones de género.

Liliana Morales, miembro de la organización Mujeres al Oeste, cuenta que tuvieron un programa de noviazgos violentos para chicos del tercer ciclo durante tres años pero que ahora, por falta de recursos para seguir, solo trabajan a demanda específica. “Para los chicos, está naturalizado que la seducción y la conquista son tareas del hombre y que la mujer, luego de seducida, pasa a ser su pertenencia. Lo que se espera de ellas es que sean sumisas, que el varón las encare y si no es así, se convierten en putas. En la sexualidad el uso de preservativo también está invisibilizado. En la ley provincial, se cuenta la violencia de género desde el noviazgo pero en la práctica la ley no se cumple. Por eso la tarea hoy es visibilizar la cuestión”, explica.

Visibilizar, prevenir y responder con leyes que amparen a las víctimas parece ser la respuesta necesaria de una sociedad atravesada en todas sus capas por una lógica de poder masculina. Que las mujeres hayan accedido a puestos que antes les estaban vedados es un avance, los roles de género pueden ser más flexibles ahora pero sin embargo todavía se arrastran como lastres el mito del amor romántico, la falta de educación sexual desde el inicio de la escolaridad, la utilización de los cuerpos femeninos como mercancías, la demonización de la perspectiva de género por parte de los fundamentalismos religiosos y un lamentable y largo etcétera que hace que el futuro se presente teñido de asesinatos como el de Marianela Rago.